Las fuentes de Aktories

Por Eduardo Casar

Alexandra AKtories

 

Alexandra Aktories viene de muchos lados y de muchos mundos. Yo la conocí hace cerca de treinta años cuando ella andaba ayudándole a Wittgenstein en sus investigaciones filosóficas y sostenía largas conversaciones con Pascal. Hija de un hombre itinerante y vivísimo, a quien admiré mucho, nació en Londres y ha vivido en Rusia, Alemania, la India, Portugal, Argentina y muchos otros lados que ignoro. Ha pasado por las extensas e intensas llanuras del yoga y ha estado en no sé bien qué ocupaciones de project management

Pero nunca ha dejado de tener las manos en la masa de alguna materia a la que manufactura a dos manos con un entusiasmo que parece sagrado. En aquellas épocas ya hacía cerámica; luego recuerdo algo de sus tallas en madera, esa materia tan parecida a ella; hizo lámparas y ha jugado con la arena.

Alguien, a lo mejor el mar, debe haber destruido algún castillo de arena que hizo cuando era chiquita y entonces Alexandra se indignó y decidió endurecer esa arena, darle una resistencia con la que pudiera defenderse, cocinarla a una temperatura de las que imaginó Dante para el séptimo círculo del infierno, hacerla sólida e impenetrable; darle formas capaces de evadir las tormentas: enroquecerla.

Y luego decidió darle voz a esas piedras: conjugar la materia más dura con la más maleable: el agua. Hacer piedras preñadas, algunas que suenan y otras donde lo que suena es el silencio, porque entre sus fuentes algunas son más Iguazú y alharaquientas y otras tienen la discreción sonora de una lágrima. 

En sus rocas inventadas, donde se juega el ying y el yang entre lo cóncavo y lo convexo, pone al agua fuera de sí misma y luego la apacigua, la calma, shhhhh, la silencia.

A mí siempre me han maravillado las fuentes. De todas las materias primordiales, con la que más simpatizo es con el agua: su cohesión, su textura continuada e impermeable, su cualidad escapatoria. Una buena fuente es como el mar: cuando lo contemplamos ponemos cara de que estamos pensando muy profundo, aunque solamente estemos entretenidos con su oleaje sin mojarnos.

Y confieso que ignoraba cómo se hacía la cerámica: es más: ni siquiera sabía que se hacía: pensaba que las piezas de cerámica eran como una especie de fruta que nace ya completa, de modo natural; desconocía todo el proceso capilar que va desde sus raíces en la tierra profunda hasta su fortalecimiento en los círculos incandescentes de los hornos.

De estas fuentes que ha hecho a mano Aktories me maravillan especialmente las autocontenidas. Pienso que es en ellas donde ella se retrata mejor: donde refleja su autocontención, su gusto, su elegancia, su peculiar gama cromática. Fuentes selfies.

Veo aquí no solamente piezas que tienen su dimensión artística y su lado funcional, recreativo, casi terapéutico. Creo que estas fuentes son como son porque guardan también cierto espíritu. Todos los mundos diversos que ha vivido su autora le han servido: porque lo que tienen dentro estas fuentes no es solamente agua o fuego detenido: hay conceptos adentro de estas piezas.

Fuentista, como le gusta decirse, o fontanera de la alta, como yo le diría, la Aktories se ha metido en honduras para hacer pequeños laberintos que le dan ligereza a la ley de gravedad, que la usan y la burlan y la hacen estética.

Cuando vi las fuentes le dije que pensara que alguien puede llevárselas y que cuesta trabajo separarse de algo en lo que uno ha entretejido tanta pasión, pero me contestó que no le importaba desprenderse, que lo que quería era hacer más y que el atractivo estaba en el gerundio de lo que se le iba ocurriendo mientras las hacía, en los desafíos que le iban imponiendo las ocurrencias imprevistas del agua, de la tierra y del fuego.

En el vasto océano cósmico del universo, Alexandra ha puesto su granito de arena para mejorarlo y embellecerlo.
Aquí están las fuentes de Aktories. Disfrútenlas. Y pregúntenle cuántas grandes maniobras en miniatura hay que hacer para encerrar una gota de agua en un grano de arena.

Eduardo Casar 
México, 2015

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